México celebra el primer centenario de su movimiento revolucionario inmerso en la desigualdad social y con un desarrollo truncado
En la primera década del siglo XX, México atravesaba uno de los momentos más críticos de su historia, un movimiento revolucionario se gestaba para combatir la opresión de campesinos y obreros, que prácticamente se habían convertido en propiedad de los capitales extranjeros que encontraron en el país todas las facilidades para explotarlos.
El régimen dictatorial, implementado por el general Porfirio Díaz que había tomado el poder desde 1884 hasta 1910, convirtió a la democracia en un mito, un sistema prácticamente inexistente, donde la voluntad de los mexicanos no era siquiera concebida para la toma de decisiones.
La división social estaba concebida en la aristocracia feudal, la burguesía nacional y el proletariado, siendo este último quien con su trabajo enriquecía a unas cuantas familias que controlaban el poder político y cultural, ya que eran los dueños de haciendas, fábricas, casas de comercio e instituciones financieras, además los únicos que tenían acceso a la educación.
En 1910, México tenía una población estimada en 15 millones de habitantes, de los cuales más de 11 millones se encontraban en la pobreza extrema, concentrados en las labores del campo y los sectores obreros, mientras que la burguesía nacional o clase media no era mayor a los 2 ó 3 millones, el resto, unos cuantos, pertenecía a la aristocracia feudal.
La situación que se vivía era tan extrema que las llamadas “tiendas de raya”, estos lugares en los que el patrón le vendía al empleado los artículos que necesitaba para vivir y que le eran descontados a su vez de su pago, terminaban siendo la forma en que el trabajador pasaba a ser propiedad del hacendado, en una auténtica modalidad de esclavitud, pues los precios no eran controlados y terminaba con un adeudo superior a lo que podía generar con su trabajo y el de su familia.
Con todas estas circunstancias sobre los hombros, un pequeño grupo de intelectuales (muchos provenientes de la burguesía que fueron educados fuera del país) y con la naciente influencia de las organizaciones obreras en el mundo, Francisco I. Madero encabezó un movimiento basado en el sufragio efectivo y la no reelección, alcanzando la presidencia de México, sin embargo el asesinato de este político, junto con su vicepresidente, José María Pino Suárez, por órdenes militares desencadenó una de las luchas revolucionarias más importantes de Latinoamérica.
El reconocido historiador austriaco Friedrich Kat concedió a la revista Milenio una entrevista poco antes de morir, en la que explica la trascendencia de este movimiento para América Latina, pues el investigador señala que “a diferencia de las otras grandes revoluciones del Siglo XX que fueron encabezadas por políticos profesionales, en México sus dirigentes, tras la muerte de Madero, fueron todos hombres surgidos de las clases populares que provocó una participación masiva de hombres y mujeres. Por otra parte, tuvo la virtud de no concebirse a sí misma como una revolución de exportación, a diferencia de la soviética, la china o la cubana. En ninguna otra revolución ha habido una participación tan amplia de los estratos más populares, pues tan sólo, en la División del Norte que era un ejército regional había más de 50 mil hombres, todos voluntarios. Algo único, pues hay que recordar que en Cuba, hasta la caída de Santa Clara, Fidel Castro tenía 300 hombres”.
Oficialmente el movimiento revolucionario de México terminó el 5 de febrero de 1917, con la promulgación de la Constitución Política, dando paso a un periodo de reajustes, incluida la persecución que emprendió el gobierno contra los católicos, hasta que el general Lázaro Cárdenas asumió la presidencia del país y se dio una verdadera transformación social, pues se nacionalizó el petróleo, la principal fuente de ingresos, aún en la actualidad y que se estima en cerca de los 900 millones de dólares por año, con una producción de dos millones 589 mil barriles de crudo diarios.
Para 1940 todo iba de maravilla en el país, la población había alcanzado una mejor calidad de vida, había más acceso a la educación o al menos se contemplaba como obligatoria en la Carta Magna, estaba en proceso el reparto agrario, las condiciones laborales ya no eran tan atroces, pues los sindicatos tenían participación, incluso el arte estaba en su mayor apogeo, se atravesaba una época dorada en el cine, Diego Rivera presentaba sus mejores obras al mundo, en fin, México se perfilaba como una de las naciones con más potencial en Latinoamérica.
El tropiezo y el atraso
Sin embargo, la democracia siempre ha sido el punto débil, pues con la creación del Partido Revolucionario Institucional, en 1929, también se instauró una hegemonía silenciosa que duró más de 70 años, aún cuando su ideología política estaba basada en los preceptos de Madero. Si bien, no fue una sola figura la que gobernó, sí todos los mandatarios fueron de extracción priista, hasta el año 2000 cuando apareció en escena Vicente Fox y se convirtió en el primer presidente cuyo origen era de otro partido.
Esta perpetuidad de unos cuantos en el poder generó un ambiente óptimo para que la corrupción creciera a niveles estratosféricos que tienen ahora a México como una de las naciones más corruptas de toda Latinoamérica y del mundo. Con atrasos sociales, económicos y políticos que abren una brecha gigantesca.
Pareciera que no hay muchas diferencias entre el México prerrevolucionario al actual. Con 110 millones de habitantes, la población que vive en la pobreza ronda los 80 millones, haciendo cada vez más marcada la desigualdad de clases y la distribución de la riqueza, sobre todo de los ingresos petroleros, que según marca la Constitución, es el patrimonio de todos los mexicanos.
Las tiendas de raya aún existen, pero ahora tienen un nombre anglosajón, Walt Mart, y el patrón es un solo hombre, el más rico del mundo, Carlos Slim que es dueño de prácticamente todo el país a través de Grupo Carso, por el cual ejerce un monopolio. Las condiciones para los capitales extranjeros son de apertura total, incluso sobrepasando los derechos laborales, ya que se permite la subcontratación de mano de obra o bien los contratos mensuales que impiden a los trabajadores crear derechos.
Cada vez más jóvenes tienen que abandonar los estudios o no los concluyen porque necesitan insertarse en el mercado laboral donde enfrentarán sueldos tan bajos que no cubren ni siquiera la canasta básica, las condiciones son similares a las de 1910, sólo que disfrazadas de modernidad.
Además, los sindicatos están prácticamente secuestrados por los dirigentes que sólo movilizan a sus agremiados en tiempos electorales, no hay una verdadera representación del obrero, mucho menos cuando el partido en el gobierno, Acción Nacional, tiene entre sus propuesta la desaparición de estas organizaciones a las que considera un lastre.
La inseguridad es el punto toral del país, la lucha contra el narcotráfico ha causado un derramamiento de sangre bestial. Diariamente se registran masacres donde niños, mujeres e inocentes mueren como efecto de un “daño colateral” como los califica el presidente Felipe Calderón, sin que nadie diga nada.